El fin de la pandemia se ve muy cercano. Entre tantos vacunados, planes por parte de las escuelas de regresar, los antros y bares abriendo; todo parece indicar que el fin, de lo que detuvo al mundo por un año entero, está por llegar. Es curioso pensar cómo cuando entramos a esta situación global consideramos que solo sería por un par de semanas.
Un ratito en el que se contuviera la enfermedad tan desconocida en esta sociedad y que en un abrir y cerrar de ojos, nuestra vida continuaría sin problema alguno. Ahora, más de un año después, nos enfrentamos con el reto que nunca pensaríamos que nos afectaría: la vida de vuelta a lo presencial.
Cuando todo comenzó, el miedo de lo desconocido era gigante. Nuestras generaciones no habían visto nunca algo así y mucho menos habíamos pensado llevar nuestras vidas a lo virtual. ¿Cómo íbamos a organizar empresas enteras mediante una pantalla? ¿Qué sería de nosotros sin el contacto humano, ni siquiera por parte de nuestras familias?
Fueron tiempos oscuros para la humanidad, más aún con el conteo diario de muertes por Covid-19. Pero, de manera increíble, el ser humano se adaptó y nos acostumbramos a esta vida a distancia. Debo admitir que nunca pensé que me gustaría estar lejos de la gente; suena antisocial y pesimista, lo sé, pero la realidad es que me encontré muy feliz en la soledad.
Fue un momento de autoconocimiento que no me había permitido tener debido a las distracciones de la vida social, el tráfico, las compras presenciales y básicamente todo lo que conllevaba mi vida previa a la pandemia. Pero esos primeros meses de encierro fueron, si me permito admitirlo, bastante mágicos. Ustedes se podrían preguntar, ¿cómo puedo definir como mágico algo tan trágico?
Creo que la respuesta es que nunca me di cuenta de que mi vida estaba yendo tan rápido hasta que se detuvo. Era como si al fin pudiera respirar y tener el tiempo de darme cuenta de las pequeñas cosas de mi alrededor que yo podía disfrutar.
Los domingos comencé a tomar caminatas largas con mi perro en las cuales me detenía a ver los colores de las flores de unos arbustos por mi casa. Usualmente siempre estaba apresurada por ir a algún lugar o ir a ver a alguien que no me daba el tiempo de solo detenerme a observar.
En las noches, como ya no tenía planes de salir a cenar, me tomaba el tiempo de aprender recetas para recrearlas y darme cuenta de mi amor por la cocina. Una vez por semana le hacía de cenar a las habitantes de mi casa en la cual todas conversábamos sin distracciones; eran esos momentos que teníamos de conexión profunda que aprendimos a convivir sin tanto pelear.
Debido al poco movimiento que tenía por estar encerrada en mi cuarto trabajando, comencé a ejercitar mi cuerpo como nunca, en 25 años, lo había hecho. Entendí que éste necesitaba recibir amor y movimiento por mi parte para que me sintiera bien. Y así, día con día, me enamoré de lo que era estar en casa conmigo misma.
La clave de este sentimiento en los inicios de la pandemia estuvo en no usar las redes sociales tan vivamente como lo hacía. Éstas estaban llenas de malas noticias, todas comentando sobre cómo los casos incrementaban y la cura estaba lejos por llegar.
Meterme a Instagram era ver cómo el mundo decaía mientras cada día pasaba y lo único que eso causaba en mí era una ansiedad y depresión que mi cuerpo no podía tolerar en esos momentos. Así que mediante más me alejaba de las redes sociales, más me acercaba a mí.
Lo mágico de todo ese proceso fue darme cuenta de lo mal que estaba mental y emocionalmente previo a la pandemia. ¿Por qué necesité de una crisis global para poder sanar heridas viejas? Pero ese sentimiento de felicidad por haber avanzado en mi salud mental, venía acompañado de culpa.
Me era difícil compartir con mis amistades cómo es que yo era feliz en un momento de tanta tristeza. Pero la verdad está en que, siendo momentos tan críticos, cada quien tenía que cuidar de sí mismo como pudiera. Era como si se hubiera dado una oportunidad por parte del universo en la que nos decían “adelante, haz tu desmadrito y lo que tengas que hacer para estar bien.” Fue un respiro de mi normalidad para darme cuenta, que lo que estaba haciendo no era sano.
Ahora nos enfrentamos a un regreso imparable que es grandioso porque significa que estamos protegidos ante la enfermedad, pero no puedo evitar sentir miedo de regresar a esa “normalidad” que tanto daño me hizo. Pero, así como todo pasa, la pandemia pasó y sé que me adaptaré de la misma forma que lo hice cuando el Covid-19 llegó a nuestras vidas.
Y sé que las cosas no volverán a ser igual de mágicas como lo era estar en mi casa dibujando y tomando vino, sin embargo serán un diferente tipo de mágico; uno que venga con nuevos aprendizajes y momentos de felicidad dentro de la oscuridad. Ahora puedo decir que estoy lista porque, si sobreviví una pandemia por un año, ¿qué más no puedo hacer?